“SIEMPRE VOY A CONTRACORRIENTE”

26/11/2011 - 12:00 am

Pocos escritores hay en México como él, dueño de una obra singular que concentra la atención y el elogio de sus pares.

La literatura de Daniel Sada no ofrece concesiones, fruto de una ética aferrada a una idea exclusiva: la imaginación es la materia básica y debe ser el norte de toda historia.

Después de la imaginación, para este autor que con su novela Casi nunca obtuvo el Premio Herralde en 2008, está el lenguaje y todas las búsquedas a su alrededor, fruto de una voluntad asentada en la certeza de que no hay contenido sin forma y de que, muchas veces, la forma es el mensaje.

Un estilo, que saca al lector de su posición cómoda y lo obliga a releer con ojos asombrados desde los diálogos más absurdos hasta las situaciones más inesperadas por parte de personajes que en sombras cuentan tragedias y desesperanzas, da vida a una literatura personal y arriesgada.

Acreedor también al prestigioso Premio Xavier Villaurrutia en 1992, este cuentista, poeta y novelista de mirada obsesiva y seca, con el ojo puesto en personajes atribulados, atados irremediablemente –como las criaturas rulfianas– al paisaje circundante, hizo volar su pluma por una atmósfera de tragicomedia que lo convirtió en un escritor alejado de las modas.

Capaz de responder sólo por sus propios e intrincados mecanismos literarios, renovó  –al decir de su compatriota y colega Juan Villoro– la novela mexicana con su obra fundamental Porque es mentira la verdad nunca se sabe, novela de casi 700 páginas y 90 personajes, que fue traducida a varios idiomas.

Era un hombre modesto y dulce al que los premios lo aturdían un poco. Quizás por eso resultó casi una ironía que el día de su fallecimiento se anunciara la obtención del Premio Nacional de Ciencias y Artes 2011 en el campo de Lingüística y Literatura.

“Todo fue escritura para él y en ese sentido fue un hombre pleno”, dijo Adriana Jiménez, su viuda.

“Dedicó su vida a la literatura, que era lo que más le interesaba y lo que más lamento es que no pudo enterarse de que había ganado el premio, pues ya estaba inconsciente cuando me llamaron para avisarme”, agregó.

Daniel Sada había nacido el 25 de febrero de  1953 y sucumbió el viernes 18 de noviembre a una grave enfermedad renal que lo afectaba desde hace tiempo.

De su distinción habría dicho que “fue algo inusitado”. Lo mismo que opinó cuando ganó el Premio Herralde el hombre que no era afecto a los concursos, pero que estaba consciente de que “al fin y al cabo, un golpe de dados no aburre a nadie.”

Su prosa no admitía concesiones y ante su narrativa compleja, el lector sólo podía tener dos caminos: adentrarse en la marea subversiva y dejarse llevar hasta lo más hondo del precipicio o abandonar cobardemente la hazaña.

“Siempre apuesto por el riesgo. En el primer libro que escribí busqué una voz que no era afín a todo el mundo. No puedo prever los apetitos de la gente y mucho menos de algún lector específico o del gusto general que se impone. Consciente de esto, sé que a muchos puede irritar mi literatura, pero a alguien también puede seducir”.

Como en la poesía de TS Eliot, en sus novelas y cuentos sonaban tambores, especie de cantos tribales que construían una música de fondo insolente. Amaba el ritmo, quería la cadencia.

Siento que si uso muchas frases largas, por ejemplo, en algún momento el lector se va a desconcentrar. Entonces, busco una armonía entre frases cortas y largas. Soy muy cuidadoso, no digo melindroso porque no soy arrogante en el sentido estilístico. No quiero hacer una literatura pedante sino una que se acerque lo más posible al sentido común que defendían escritores como Scott Fitzgerald.”

Su página en blanco era una sábana blanco y le costaba condensar sus historias. A él le divertía mucho esta situación y solía levantar los hombros y sonreír, como quien pide disculpas. “Es que no puedo, sencillamente no puedo”, explicaba.

“Me pasó con Como es mentira la verdad nunca se sabe. En un momento dado, cuando llevaba 350 páginas, me vi en el dilema de “apretarla” o de seguirla y decidí seguirla. Es una decisión por la que me inclino habitualmente en todos mis libros”.

Cada historia de Daniel Sada implica la invención de un narrador “un poco bobalicón, un poco metiche, inseguro”, un tipo que hace de la duda su motivación existencial y que increpa a los personajes con cierto descaro.

Me interesa el narrador que esté cercano a los personajes, que no los vea a 100 metros de distancia, que esté con ellos hombro con hombro. Claro que ese narrador saca muchas veces conclusiones equivocadas, nociones al vapor que lo hacen trastabillar. No tengo el aplomo característico del narrador que sabe lo que va a contar. Yo lo sé, pero mi narrador ignora casi todo”.

 

El verso de la prosa

Para el autor de Ese modo que colma, la celebrada compilación de cuentos que publicó Anagrama en 2010, la novela era su gran campo de experimentación. Y aunque en su vida cotidiana resultaba un hombre apacible que no empuñaba las armas para discutir con nadie, cuando escribía le gustaba provocar y desconcertar como un niño. Se divertía mucho con eso, al punto de que Ese modo que colma, un libro que se coloca en los estantes destinados a la narrativa, comenzaba en verso.

Quise romper con todos los exégetas del cuento e intentar una nueva manera de explorar el género. Alguna vez discutiendo con García Márquez, en una de las pocas veces que pude hablar con él, me decía que había que volver al cuento. Y no es que me guste provocar, pero cuando nadie lo espera, escribo poemas, cuando todo el mundo escribe novelas, hago cuentos. Y así… tengo necesidad de ir contracorriente siempre, hacer algo distinto cada vez”.

Tenía una risa contagiosa y solía tentarse en las entrevistas. Sus ojos pícaros parecían querer abarcar todo el paisaje circundante y su modestia de pura cepa, no fingida, le impedía hablar de sí mismo en términos de “escritor consagrado”.

Ahora se me lee en Argentina, en Chile, concedo muchas entrevistas para Sudamérica y me siento feliz como nunca. Vivo un momento un poco intimidante, también. No lo voy a negar. Estaba acostumbrado a estar demasiado solo por muchos años y ahora toda esta avalancha de cosas, de gente que quiere saber cosas de mí, de los jóvenes que me leen tanto. Porque, hay que decirlo, mi generación me ignora”.

A veces sus historias tenían finales abiertos y en su técnica de escritura no había espacio para el automatismo. Era un perfecto tejedor de palabras y pocas veces se dejaba llevar por una frase que le viniera espontáneamente a la cabeza.

Goethe decía que ninguna historia tiene final. Es el autor el que pone el hasta aquí, pero las historias siguen, se prolongan. En ese sentido, sigo el consejo de Edgard Allan Poe, quien decía que había que prever el final. Cuando empiezo a escribir una historia, debo pensar en cómo va a terminarla. Siempre quiero saber adónde voy, aunque en el proceso de escritura cambie el final”.

“Alfonso Reyes decía que había escritores que pensaban antes de escribir, otros que pensaban cuando escribían y los que pensaban después de escribir, o sea para corregir. Creo en un autor que piense siempre, en los tres tiempos de la escritura: antes, durante y después. No empiezo a escribir si no conozco profundamente el tema, la historia, los personajes, de quienes hay que saber mucho más de lo que se pueda escribir sobre ellos.

Era amigo de Juan Villoro y entre los jóvenes admiraba a Yuri Herrera. Tomaba café con Federico Campbell y lamentó mucho la muerte de Carlos Monsiváis, “porque como termómetro que le tomaba la temperatura a la sociedad, resulta irreemplazable. Dejó un gran vacío”.

Miraba con cierto recelo a la llamada Literatura del Narco. “Persistirán los libros de calidad, más allá de la historia que cuenten”, decía.

En una época, el tema central de la literatura mexicana era la frontera, pero nunca se escribió una gran novela sobre la frontera. Estos fenómenos necesitan algo muy contundente para establecerse como literatura”.

En uno de mis cuentos hay una referencia a las cabezas cortadas por el narco. Pero nació porque me contaron que habían encontrado tres cabezas cortadas en una bolsa. Y dije: no me cuentes más. Soy escritor, no busco pesquisas policiales. El resto me lo voy a imaginar”.

Su último libro se publicó en septiembre. Se trata de la novela A la vista, una tragedia cómica o una comedia trágica, como le gustaba decir de su obra.

Si escribía, al decir del Crack, una forma de novela total, un modo circular de atrapar las historias por todos los costados, lo dirá la crítica. Él, después de todo, era en la literatura el sospechoso de siempre.

 “No soy una totalidad ni un oráculo. No puedo opinar de nada. Ahora el escritor puede hablar de todo, yo no. Mi narrador desconoce todo, no creo en el narrador omnisciente y para mí el elemento más importante que debe observar el que cuenta una historia es la sospecha. En ese sentido, no hay totalidad; hay duda, no absoluto”.

Daniel Sada falleció a los 58 años víctima de una enfermedad renal y sus restos serán cremados y trasladados a Sacramento, Coahuila, donde pasó su infancia. El próximo 15 de enero recibirá un homenaje en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.

 

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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